Hoy me he dado cuenta de algo curioso: cada vez que escribo un post para este blog y lanzo un hugo en la terminal, siento que mi hijo pequeño me guiña un ojo desde algún lugar invisible del sistema operativo.

A Hugo (mi hijo) siempre le ha brillado la mirada con ese entusiasmo que desarma.

Y a Hugo (el software) también. Solo que él lo hace de otra forma: compila deprisa, ordena mis ideas y pone cada cosa en su sitio sin que yo tenga que pedirlo dos veces.

Una virtud heredada, sospecho.

Hay algo casi poético en ver aparecer en la terminal ese Start building sites … como si un niño se estirara desperezándose para empezar el día. Y luego, en un segundo, todo: páginas, rutas, imágenes.

Un pequeño universo estático listo para ser servido al mundo.

Supongo que por eso me he quedado con Hugo, el software. Porque tiene algo de mi Hugo, el de verdad: veloz, luminoso, resolutivo, y con un punto de magia inexplicable.

Así que este post es un recordatorio para mí mismo: la tecnología también puede tener alma… si le das un buen nombre.

Y Hugo —los dos— me lo demuestran cada día.