Hoy es 1 de diciembre de 2025 y, si eres emprendedor/a, seguramente te pasa algo parecido a mí: abres cualquier red social y hay más “prompts definitivos” que cafés en una incubadora un lunes por la mañana.

IA por aquí, IA por allá.

Automatiza tu vida. Lanza una startup en una tarde. Hazte rico mientras te tomas un café con leche de avena.

Y en medio de todo ese ruido, cualquiera como yo, pongamos que soy Ángel Monroy García (poner mi nombre es cosa del SEO), sigo aquí, tecleando a la vieja usanza: una palabra detrás de la otra, intentando entender qué está cambiando de verdad… y qué no.


Lo que la IA sí ha cambiado (y mucho)

Voy a empezar por lo evidente.

La IA ha reventado tres cosas a la vez:

  1. El coste de empezar.
    Antes necesitabas un equipo mínimo: diseñador, copy, programador, alguien que supiera hacer números en Excel sin llorar.
    Hoy, con un poco de oficio, puedes prototipar marca, producto, pitch y web con un “equipo invisible” de modelos de IA a tu alrededor.

  2. La velocidad.
    Una idea que antes necesitaba semanas para tomar forma, ahora puede tener:

    • Nombre,
    • branding provisional,
    • landing,
    • primeros wireframes
      en cuestión de días. A veces, de horas.
  3. La soledad del emprendedor.
    Y esto es curioso:
    Emprender siempre ha sido una mezcla rara de vértigo y silencio.
    De pronto, tienes algo (o alguien) con quien “pensar en voz alta” a cualquier hora.
    No es un socio, no es un equipo, pero te acompaña a iterar, pulir, cuestionar.

La IA ha convertido a muchos emprendedores en capitanes de barcos pequeños con motores gigantescos.

El problema llega cuando confundimos motor con timón.


Lo que la IA no puede hacer por ti

Hay cosas que ningún modelo va a vivir por ti, por muy avanzado que sea.

  • No puede decidir de qué va tu vida.
    Puede ayudarte a expresar la visión, pero no a tenerla.
    La brújula sigue saliendo de dentro.

  • No puede asumir tu riesgo.
    Un algoritmo no tiembla antes de una firma.
    No siente el miedo a perderlo todo ni el vértigo de apostar por algo en lo que solo tú ves sentido.

  • No puede sostener tus relaciones.
    Podrá escribir el correo perfecto, pero:

    • no mirará a los ojos de un inversor,
    • no construirá confianza con un cliente,
    • no curará la herida de una traición societaria.
  • No puede hacerse responsable.
    Cuando algo sale mal, la frase nunca será: “La culpa es de la IA”.
    Siempre hay un humano detrás que decidió qué preguntar, qué aceptar, qué ignorar.

La IA potencia lo que ya eres.
Si vas desnortado, te desorienta más rápido.
Si tienes foco, te ayuda a llegar más lejos.


El lado oscuro: productividad de cartón piedra

Hay un riesgo silencioso que veo cada vez más en el ecosistema emprendedor: la ilusión de avance.

  • Generar plan de negocio bonito.
  • Generar pitch deck elegante.
  • Generar roadmap, estrategias, flujos, cuadros de mando.

Y, sin embargo, no hablar todavía con un solo cliente real.

Es fácil caer en esto: la IA te devuelve algo pulido, coherente, sin faltas de ortografía… y eso engaña al ego. Sientes que avanzas, pero todavía no has tocado la realidad.

La IA es muy buena afinando el discurso, pero la verdad del emprendimiento sigue pasando en la calle:

  • cuando un cliente te dice que no,
  • cuando un potencial socio te deja en visto,
  • cuando un proveedor te falla,
  • cuando un inversor te aprieta con una pregunta incómoda.

La IA no vive esas fricciones. Tú sí. Y es precisamente ahí donde creces.


Cómo la estoy usando yo (y lo que he aprendido en el proceso)

En estos años he vivido muchas cosas: proyectos, caídas, resurgimientos, asuntos personales y profesionales de diversos ámbitos y también nuevas semillas que están brotando.

La IA se ha colado en casi todos esos procesos. La uso para:

  • Pensar en voz alta.
    Ordenar ideas, poner lógica a intuiciones, bajar a tierra visiones que venían en bruto.

  • Prototipar más rápido.
    Desde nombres de proyectos hasta estructuras de productos, flujos de apps, estrategias de captación.

  • Quitarle peso a lo mecánico.
    Borradores de textos, esquemas, resúmenes legales, primeras versiones de documentación técnica.

Pero hay una línea que intento no cruzar: no dejar que la IA escriba en lugar de mí las cosas que tienen que ver con mi verdad más profunda.

Puedo dejar que me ayude a afinar, pulir, estructurar. Pero la voz, el tono, las cicatrices, los silencios… eso sigue siendo mío.

Escribo este post precisamente por eso: porque siento que estamos entrando en una época en la que

será fácil sonar perfecto y muy difícil sonar auténtico.


Un nuevo tipo de emprendedor/a

La IA está creando un nuevo arquetipo: el/la emprendedor/a que ya no levanta rondas para contratar diez perfiles desde el día uno, sino que empieza más liviano y más rápido.

Pero también está abriendo una grieta: la tentación de convertir el emprendimiento en un juego de simulación.

  • Simulas tener tracción con mockups bonitos.
  • Simulas tener equipo con prompts bien escritos.
  • Simulas tener foco con presentaciones impecables.

Y, mientras tanto, la vida real sigue ahí, esperando que te ensucies las manos.

Creo que el emprendedor de esta década se parece más a esto:

Una persona que usa la IA como viento a favor,
pero acepta que el timón, el mapa y el rumbo
siguen siendo cosa suya.


IA sí, pero con alma

Hoy, mientras escribo, siento algo parecido a lo que sienten los marineros cuando cambia la forma del viento.

La IA ha cambiado los vientos del emprendimiento:

  • Sopla más fuerte.
  • Sopla más constante.
  • Sopla en todas direcciones a la vez.

Si te quedas quieto, te arrastra.
Si te mueves sin rumbo, te pierdes.
Si sabes hacia dónde quieres ir, te impulsa como nunca.

Yo, por mi parte, he tomado una decisión sencilla, casi íntima:

  • Seguiré usando IA para pensar mejor, más rápido y más lejos.
  • Pero no voy a delegarle las decisiones que definen quién soy ni qué quiero construir.

Porque la IA puede ayudarte a escribir una historia muy bonita sobre ti, pero solo tú puedes vivirla.

Y al final, emprender sigue siendo eso: levantarte un día cualquiera, con más dudas que certezas, y decirte:

“Sigo aquí. Sigo apostando por lo que creo, > con o sin algoritmo de mi parte.”

Hoy, la IA está cambiando el juego. Pero el coraje de sentarte a escribir —o a llamar, o a lanzar, o a exponerte— sigue siendo, todavía, profundamente humano.

Y ahí, en ese lugar frágil y luminoso, es donde de verdad empieza todo.